Ayer me quedé dormida en mi mesa de escritorio. Es sencillo adivinar porqué: me dormí porque ya no aguantaba ni un minuto más al mundo. No tuve fuerzas suficientes para soñar. Simplemente, me quedé dormida. Y fue lo mejor que me podía haber pasado. Me olvidé de aquél amor no correspondido, de aquella primera experiencia que no salió bien. No me atormenté a mi misma. Me dejé llevar. Entonces, y solo entonces, entendí cual era la clave de la felicidad: dejarse llevar. Cuando me desperté, supe que, por muchos problemas que tengas, por muchos deseos que no se puedan cumplir, la vida es muy bella. Mucho. Sólo hay que entenderlo. Y quererlo entender.
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